miércoles, octubre 21, 2009

Eugenio

A Horacio De Cristofaro perdón,
pero no hay registro de que pueda
caber tanto altruismo en un escrito
de embergadura semejante...
Hola, Eugenio. No sé porque últimamente se me da por las cartas. Puede ser que por ahí ande rondando una musa epistolar sin que yo lo sepa. Lo cierto es que acá estoy, otra vez escribiendo una carta. Quizás una enmienda que tengo yo con la historia de nuestro país, o tan solo algo que quería contarte.
Siempre se debe empezar por el principio. Supongo que es la forma menos rebuscada de entender las cosas. Por eso esto es así. A vos te llevaron el el setenta y seis. Y digo te llevaron, y no lo que en verdad debería decirte, porque esta es una carta de amor y sería ajeno a tu persona que la manche con algo extraño. Por eso el “te llevaron”, supongo que para figurar que en la memoria de los que te quisieron vos habitás el mejor costado. Así las cosas Euge ¿puedo llamarte Euge? ¿Cómo te dirían tus amigos? Yo nací en el ochenta y uno, y salvo alguna cuestión metafísica o que de pronto yo empiece a tener motivos para creer en la reencarnación, nunca nos vimos. Ni siquiera cerca estuvimos de eso. Si vi un par de fotos tuyas, recién ayer, y tuve la sensación de que nos habíamos tomado unas cervezas juntos. Pero solo fue la ilusión de estar viendo a tu “yo” moderno, ese que tenés de anteojitos y pelo rapado.
No quiero que esto que escriba sea un golpe bajo, ni demagogia, ni partidismo. Yo soy el que soy y sobre todo de eso estoy muy contento. Y ahora quiero hablarte de eso. De lo contento que estoy, en especial, de haber podido conocer a Horacio, tu hijo. Vos y yo sabemos que si pudiera hablarte y preguntarte algo, lo primero que haría es intentar que me cuentes por que puta casualidad te salió hincha de Chacarita. Sería el comentario para romper el hielo, para ver tu risa, tus dientes bailar adentro de tu boca, y después si, ya preguntarte lo que urge, lo que ha sensibilizado mi cuerpo.
Ayer comí con él, tu hijo, y por primera vez me habló de vos. Conversamos de vos, juntos. Y sin pecar de oportunista, quiero contarte que el pibe que pudiste tener en tus brazos tan solo por diez meses te salió integro, con algunos pocos dobleces, pero entero. Y digo con dobleces porque se puede hablar con él de cualquier cosa, y él se amolda, y sobre todo escucha, pero no se rompe. Así como vos, que me enteré que cuando te preguntaron si estabas listo para morir, vos contestaste que estabas preparado para morir por tus ideales, en tu ley, a razón de otros que no conocías. Esas son frases que no me entran en el pecho sabés, y que hacen que llore sin saber porqué, aunque si se porqué te sacaron del medio. Y me pongo a pensar en mi viejo, al que no cambiaría por nada del mundo como le pasa a Horacio con vos. Pero sabés en que pienso, en que si vos hubieras sido el mío, solo esa frase me hubiese pagado todo este viaje, esta ilusión en la que estamos metidos y en la que nos quieren hacer creer que la felicidad es un imposible. No se porqué te digo esto, seguramente sea porque quiero darle esta carta a tu hijo para que él sepa que puede contar conmigo, que a mi también mi viejo me enseño a vivir por mis ideales y me dio la pauta para saber que estaría orgulloso de mi si decidiera morir por ellos.
Tu ejemplo fue alevoso, inmenso. No fue para nada egoísta. Habla de un altruismo que va más allá de todo. Hasta incluso del hijo que habías ayudado a traer al mundo hacía poco con tu compañera Liliana. Todavía no puedo entenderlo, y supongo que de eso se tratan los ideales, de cosas en las que uno cree y le sería muy difícil explicar a otro que lo ve desde otro ángulo. Supongo que también por eso se llaman ideales, porque son el obrar de las ideas, la puesta en práctica, el segundo paso.
Ayer no le conté a nadie de vos, quizás hoy lo haga. Pero ayer sentí que lo que tu hijo me había dado era un regalo a mi confianza, una enseñanza, una bolsa que puso en mi mano y que adentro tenía solo esperanza. ¿Hace falta algo más? ¿Adónde cabe tu vida? ¿Quién puede decirte que te han robado algo, además de tu cuerpo?
Pronto voy a ir a verte, o por lo menos a la baldosa que pusieron en tu nombre y de tu hermano Luis. Yo, dentro mío, se que no estás ahí, y no soy el único, pero se que tampoco estás en donde los inhumanos de siempre quisieron ponerte. Y acá, varios sabemos que inhumano es una palabra muy pobre para describir tanto horror, pero te repito que esta es una carta de amor, por eso esto. Cuando te vea seguramente te hable de mi idea de escribirte. Y créeme si te digo que es la primera vez que quiero que una historia sea mía, para mí, y para tu hijo. Y si puedo, si Horacio quiere, que los dos le contemos a todos como eras, que cosas te gustaban, que secretos habías aprendido en esos diez meses para que el bebé no llore, todo.
Y no quisiera cargarte muchas más tintas, por hoy. Te prometo que si algún día se nos ocurre soñar ser mejores de lo que somos ahora, por lo menos yo no me voy a olvidar de llevarte conmigo, porqué se que luchaste por eso. Nadie nos va a quitar tu cara ni cada una de las caras de los hombres y mujeres de este mundo que quisieron algo mejor para todos. De eso se trataba la palabra prójimo Eugenio, de todo eso que quisiste graficar al dar tu vida porque sabías que te iba a costar mucho explicarlo y que todos lo entendamos. Así lo sabemos unos pocos. Horacio se da cuenta porque se le llenan los ojos de lágrimas cuando dice tu nombre. Y eso solo puede suceder por lo mismo que te contaba, no le entra tanto orgullo en el pecho y tiene que sacarlo.
Solo quería escribirte este puñado de cosas que me pasaron, tan solo ayer, para que imagines que tan grande puede ser esta vida, como hubiese sido la tuya, si a mi se me ocurriese pensar que adonde vos te fuiste es adonde se van las cosas que nadie pudo comprar y por eso tuvieron que asesinarlas.