miércoles, octubre 21, 2009

De bocinas y de agonías

Debe ser el tiempo de averiguar cosas. Debe ser el momento en que cualquier cosa en mi ser revienta de tal forma que no puedo eludirla. Debe ser. Y ayer nomás ocurrió esto de querer saber más sobre los saludos y la muerte, o más bien sobre las causas de estas dos cosas. Mariana Boero me contó la secuencia que desencadenó mi pensamiento. “Que lo vio a Gusty, de pasada, que él le tocó bocina, que frenó, que bajó la ventanilla del acompañante de su automóvil, que le propinó un beso mejilla como saludo, que se fue”. Eso es todo. Debe ser que con tan poco tengo la capacidad de crear tanto. Debe ser que mi imaginación está afinada en “RE” y la del común de los mortales en “LA”. O debe ser que simplemente no soy mortal. Debe ser.
La siguiente teoría es pura patología de una cabeza dañada, pero es fruto de la aneda de una charla por chat.


De bocinas y de agonías

El ingeniero Tristán Marsó, en el año 1898 fue el primero en investigar la analogía que podía presentar el ruido de una bocina con el saludo, y extrañamente, su búsqueda empírica transformó inversamente su hipótesis de teoría, ya que en vez de comprobar que la bocina es al saludo como la agonía a la muerte, solo llegó a la conclusión de que la bocina es a la muerte. Y aunque parezca una frase inacabada, así terminó para él.
Tristán se encontró con que los artefactos bocinescos de su época eran más bien cornamentas de animales ya difuntos, con forma de trompeta ellas, que constaban de una embocadura pequeña al comienzo por la cual circulaba el aire. Como el aire que luchaba por entrar en el cono era mayor que el que realmente entraba, dicha corneta producía un ruido estridente que oficiaba de alarma. Fue el primero en llamarlas bocinas, pero nunca se supo muy bien a que familia de palabras corresponde la etimología de la misma ni como fue que se le ocurrió llamarlas de ese modo. Lo que si se sabe es que el viejo ingeniero tenía un afán desmedido por comprobar empíricamente todo aquello que pensaba. Ya había logrado el teorema de porqué los perros prefieren árbol de circunferencias pequeñas antes que los de perímetro grande y también el porqué los protoaviones se caen en picada teniendo combustible de sobra. Así fue que un día salió dispuesto a comprobar que el ruido de bocina era señal de un posterior saludo, pero no lo logró. Es de imaginar que en aquella época no existían los semáforos y que el cruce de las calles era más bien una cuestión de cordialidad. Se conoce que don Argimiro, el carnicero del pueblo, aquel día venía en la carreta con su señora a grito pelado por que la madre de ella se había descompuesto y también venía dale que te dale con la bocina. El ingeniero no tuvo mejor idea que detenerse al escucharla y darse cuenta de quien la accionaba. Entonces levantó la mano para un saludo a distancia, pero el matarife no llegó a accionar los frenos o no quiso hacerlo y lo paso por arriba. Sería falso decir que el piloto no haya tenido la intención de detenerse para el socorro, pero comprobando que los gritos de su mujer por el desmayó de la madre eran más fuertes y viendo que mucha gente se acercaba a socorrer al atropellado, decidió seguir camino a la salita más próxima. Tristán nunca vio en vida su sueño realizado.
El segundo y más contemporáneo en querer comprobar este hecho fue el renombrado Obdulio Abdala, o “el gran turco”, como solían llamarlo antes de desaparecer. El fue el que le dejo todos los escritos de puño y letra a mi madre y tal vez no sepa que yo los haya usado para convertir todo esto en teoría fundacional de mi vida científica. Quizás no haya querido dejarlos en mi casa natal, pero pudo suceder que mi padre en escopeta lo hubiera amedrentado y haya tenido que darse a la fuga con lo puesto, o sea nada. El informe del turco tenía cuatro renglones y constaba de una sola hipótesis, pero estaba tan bien redactado que hasta hoy se piensa que es la teoría más formidable jamás enunciada. El garabato de la ilegible letra de Obdulio rezaba: “La bocina le es al saludo como la agonía a la muerte, porque no podría suceder de otra manera. Por cierto, es incomprobable que la presencia del saludo primero traiga aparejada una bocina dado que a la velocidad que transitan los autos hoy en día resultaría casi imposible que el conductor en cuestión comprenda que ese alzamiento de un miembro humano sea más un saludo que un acto aeróbico espontáneo”
Ahora bien, es mi misión porque se lo prometí a Mariana tratar de profundizar un poco en este tema, dejando en claro que no voy a realizar trabajo de campo alguno, dado que, en primer lugar, hoy, en Marzo de 2009, cualquiera toca bocina por cualquier gilada y sin sentido, y luego, está el antecedente del ingeniero Tristán Marsó y no quiero sufrir igual destino. O sea que haremos de cuenta que el siguiente es un profundo trabajo de campo realizado desde un cómodo escritorio, pero con una imaginación punzante y audaz para tales tareas.

EL SONIDO

Carlos Alberto “Charly” García dijo alguna vez que todas las bocinas del mundo estaban en escala de LA sostenido. Después dijo que en realidad eran todos los timbres del mundo los que estaban en esa nota, pero ante la imposibilidad de poder saber a ciencia cierta cual de las dos veces se encontraba en sus cabales, si existió esa vez, nos quedaremos con la primera premisa. Nótese que ya Beethoven había hablado de lo dulce que suena un La sostenido al aire, y lo había hecho con la palabra “dulcés”, que no existe, pero la usaremos para fortalecer nuestro argumento. Por consiguiente, una nota dulce, se corresponde con la necesidad de una comunicación, como el saludo. Por eso los grandes fabricantes de autos quizás hayan tenido en cuenta a Beethoven y no a Charly para fabricar sus bocinas.

NO CUALQUIER BOCINA

No cualquier ruido es causa de un saludo. Claro está que nadie puede elegir al azar el sonido que traerá aparejado la devolución. Es por eso que no entran en esta teoría las bocinas de los colectivos, que de por si se prestan para el saludo. Supongamos que uno está caminando por la calle y presencia el saludo de bocinas de dos colectivos: el primero con un tímido “tu, tu, tuu” y el segundo con un “tu tu tu tu tuuu, tu tu tu tu tuuuu, tu tu tu tu tu tu tuu” como estribillo de “la cucaracha”, obviamente serán muchos más los que levanten la mano ante este último sonido y caminen sacando pecho y como diciendo “yo conozco al que maneja ese bondi”. Esto es porque la música es claramente una festividad, y se presta para el saludo como para muchas cosas más. Por eso es que no se puede juzgar si es un saludo, y solo eso, lo que genera dicho sonido. Por consiguiente, el sonido que representa el saludo es el famoso “tu, tu”, cortito, estridente, si es posible con un dedo índice al frente del que maneja el vehículo, para que el bocineado se de cuenta de que el estímulo es para él. No entran en la misma bolsa el “tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu la concha de tu madre” que sería más bien un “porque no te fijás por donde cruzas reverendo hijo de puta” ni el “tuuuu tuuu tuuuuuuuuu tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu” que es el sonido de espera de un peaje, cuando la cola supera los diez coches y el estatuto de las cabinas dice que uno debe pasar gratis.