sábado, febrero 17, 2007

UNA FIERA ESPERANZADA ... casi anagrama de feria de una esperanza. (breve fragmento)

I

El mundo no va a durar por siempre. Va a acabarse algún día, ya lo dijo Nostradamus. Esa es la predicción más triste que ha salido de mi cabeza para ver la luz. Que el mundo deberá acabarse. Por eso es que he empezado a escribir todo esto a la ligera, casi sin pensar lo que diré, y en parte también quizás, sin decir lo que en realidad iré pensando. Solo escribo con la certeza de que este montón de hojas, letras, símbolos y puntos se irán al tacho también cuando el mundo se acabe. Escribo por eso. Para matar el tiempo libre y para ser más eterno que mi cuerpo putrefacto. Porque en este preciso instante debo estar dominado por una estúpida ilusión de creer que las palabras pueden sostener lo que quede de mundo cuando ya nada lo tenga en pie. Escribo también para no tener que estar cinco minutos frente a un pantalla con la pija dura y masturbándome mirando un par de tetas. Si en cinco minutos puedo escribir un párrafo de diez o veinte renglones con más o menos sentido uno que otros, para cuando tenga el volumen de un libro respetable, habré ahorrado alrededor de trescientas pajas. Y bien sabemos que con trescientas pajas se hace una escoba. También hace falta un alambre y un palo bien duro. Pero debo empezar por recolectar las pajas, y puedo decir que esta es la primera, o las dos primeras, porque estos veinte renglones y pico me han llevado doble trabajo. El de escribirlos y el de no pensar en tocarme por la necesidad de aprovechar de otra manera mi tiempo. Ni mejor ni peor. De otra manera.
Creo que empecé a ser una fiera cuando tenía diez u once años. Estaba en la hora de catequesis escuchando porqué Dios era el camino de la luz, la verdad y la vida cuando mi maestra se agachó a buscar el señalador que marcaba sus trazos preferidos de la biblia. Entonces dobló todo su cuerpo dejando las piernas sin flexionar hasta que una de sus manos dio con el cartoncito y por entre la blusa asomaron dos bolas de carne tan tiernas y tan apetecibles que tuve el deseo de correr y tomarlas entre mis manos y morderlas. Mi pantalón de sarga se levanto desde detrás del calzoncillo creo. Ella se llamaba…. Creo que aquí es donde empiezo a escribir sin decir lo que en realidad estoy pensando. Es que quizás ella lea esto alguna vez. A su marido no va a gustarle saber que mi primera eyaculación virtual fue pensando en las manzanas que dio el señor a ese árbol llamado mujer. Ahí junte mi primer tamo. Y es el único que cuando estén las tres centenas ubicadas seguirá brillando más que todos. Porque marcó el camino de la ferocidad en mi ser. Porque primero fui fiera pura. Después, mucho después llegó la esperanza. Ella se llamaba, imaginemos que cereza, y era una mujer que podría tomar varios caminos. Si uno la hubiese visto caminando por la calle, podría decirse que era una mujer. Si en vez de eso me la imaginara en la cama fumando después de, podríamos pensarla como la mujer. Si la pensara como la antítesis de la María del antiguo testamento, creería que esta ya era en ese entonces y mucho más hoy en la distancia muy mujer. Si la comparara con mi paja ciento veinticuatro diría: ¿mujer? Pero para haber sido la primera vez que sentía todo mi cuerpo temblar y contenerse ante la imagen del dios clavado sobre el pizarrón, supongo que estuvo bien, aunque más bien estuvo pensar que podría haberse llamado Cereza. Creo que rimaría muy bien si el tema del poema fuese mi primera dureza, que dio a luz a mi fiereza, y no encontró la esperanza, ni la rima de la danza, que sí nació con la añoranza, muchos años después, en mis tiempos de bonanza, cuando pude por primera vez, justo debajo de su panza, sembrar su tierra fértil con mi lanza. No puedo decir su nombre.
No debo decirlo. Y es notorio darme cuenta que el deber y el poder nunca se parecieron tanto. Porque sé que debo escribir y puedo hacerlo. De hecho creo estar haciéndolo. O puedo pajearme y arruinarlo todo. O como mínimo pegotear todo el teclado. Tal vez deba pajearme ahora. Pero antes debo terminar lo que pueda. Y lo que no pueda lo deberé y lo pagaré con pajas, que para este capítulo acotado de la historia serían como pagarés o cheques de terceros. ¿Cuánto le debo a usted señora? ¿Tres pajas? ¿Las prefiere las tres en la boca o como es que las quiere distribuir? ¿A usted le debo una señorita? Pues verá, no fue un buen día de trabajo hoy y no podré pagarle. Me agarra seco como quien dice. Lo que debo no es exactamente proporcional a lo que puedo, o mejor dicho a lo que pude cuando mi segunda pajita. Fue cuando tenía nueve años y monedas. Antes que la primera en tiempo cronológico, pero no en tiempo real. Verán, el tiempo sincrónico es el que sigue el día y la noche cada veinticuatro horas. El tiempo real es el que siguen los hechos significativos de una vida. Pues puede ser primero ser padre que perder la virginidad, según la importancia y la persona. Por eso es que después de nacer, he acomodado los sucesos de esta manera. Primero cereza, después esto. Se que todavía no he contado de mi nacimiento, y quizás no lo haga tampoco. Si mi padre algún día se atreviese a hablar de tanto, quizás diría que en su milésima paja me hizo a mí. Pero como en este caso, la fiera que se esta domando frente a una computadora y con un procesador de texto soy yo, iré acomodando los hechos a mi gusto. Algunos se darán cuenta cuanto callaré y otros cuanto mentí. Es indistinto. Callar es mentirse a uno mismo y la mentira tiene el mismo valor de proporción que el silencio. Antes de seguir, quiero aclarar que por cada vez que pierda el hilo de la conversación que venga manteniendo, tengáis ustedes la piedad de perdonarme esas tocaditas. Pues si aparecen diez o veinte renglones desperdiciados, no penséis que fue para regar el aire. Puede que se trate de esos párrafos escritos con una sola mano mientras la otra no podía escribir. O de la vulnerabilidad. Porque creo que la única diferencia entre el poder y el deber es la vulnerabilidad. La ausencia de una de las palabras es vulnerable a la existencia de la otra. Y aquel recuerdo del que quiero contar me enseñó el significado de la palabra vulnerable.