domingo, febrero 11, 2007

EL PECADOR CONSTANTE

No me mire de esa manera señor juez, si usted sabe mejor que nadie de lo que le estoy hablando. No me observe como si fuese un fenómeno. Le estoy diciendo y lo repito sin temor, que he nacido veinte veces y otras tantas he vuelto a morir. ¿Y usted me dice que quiere cadena perpetua para mí? Pues eso, señor juez, es lo mismo que usted me mandara a hacer masajes en la espalda.
Sabe… cuando el italiano melenudo se confundió de indias y llegó aquí, a América, yo tenía cuatro años y vi como violaban a mi madre repetidas veces delante de la vista de mi padre y presencie también como lo mataban, al igual que a todos los jefes de la tribu. Entonces ¿de que soy culpable? ¿De haber odiado a los españoles y morir con tanto odio adentro y no poder vengarme? De eso no soy culpable, y no estoy tampoco loco como alegará mi abogado. Hitler mató a millones y nunca nadie lo culpó ni tuvo juicio alguno en su contra. ¿Y a mi van a encerrarme por no ver a un pibe, del cual ni siquiera sabía su existencia, por veinte años? Hágame el favor de no hacerme reír demasiado su excelencia.
Yo he muerto en un accidente de tránsito, me he encontrado con mi yo veinte años más viejo y lo he asesinado. He visto la misma playa sin excepción, durante diecinueve años todos los días y ni así pude escaparle a la muerte. Así que ahórrese todo su desfile de gente en ese estrado. Todos ellos diciendo que era un tipo normal, bueno, sano y de repente ¡saz!, me volví un frenético. Es mentira. Verá usted, que siempre fui muy cuerdo como usted, que piensa con razón, y eso está a la vista.
¡No señor! He vivido detrás de un espejo imitando las estupideces ajenas durante años, he oído de un sheriff que borró del mapa a miles desde un juego de play station, ¿y usted quiere encerrarme? Hágalo. Me cortaré las venas y volveré a morir y a nacer si es necesario. Sufrir es algo que he hecho siempre. No acabará tan fácil. Volverán a decirme loco y nada cambiará. Pero claro, es lo más simple, mientras tanto la iglesia sigue matando gente impunemente, pero sus matanzas se llaman “misiones” y sus asesinos a sueldo “misioneros”. Mientras tanto, algún imbecil sigue queriendo abolir a toda la raza, querrán arrancarnos las uñas para hacernos hablar, porque el silencio los vuelve débiles. Igualmente moriremos desangrados en hospitales, y fingiremos que nunca vimos una mosca en nuestra sopa. Y los jueces que lo sucedan en su cargo, igualmente no entenderían.
Le hacen creer que estoy insano su señoría. Insano por haber sido hábil y aprender a leer el futuro en manos ajenas, por dejar morir a un ángel que ya no podía cuidarse ni a si mismo, por haber echado por la borda mi vida por los demás. Sí soy culpable. De mis veinte muertes soy culpable. Pero no puedo evitar nada de eso, como no puedo evitar los subtes, como no pude evitar toda una vida sin recuerdos, ni evitaré más muertes, ni que ella sea sensible a las tragedias que ve por televisión. Solo soy culpable de vivir, pero más miedo a esa culpa le tengo a estar muerto. Sufrir, no querer volver a nacer, son cosas a las que me acostumbre, aún sabiendo que nadie tiene tantos pecados como para padecer tantas veces. Lo cierto es que nunca me escapé del castigo. Sí eso es de lo que me culpan, mátenme de una buena vez y para siempre, que de eso soy y seré siempre culpable su excelencia.
En cuanto a lo otro, todo lo que leyó el muchacho ese de anteojos que ni pegándole unos bifes le podrían borrar esa sonrisa, de todo eso, no me hago cargo. Hablen con el barbudo de arriba, él tendrá que darles una respuesta más cómoda para esta situación, de paso pregúntenle porque nadie lo enjuicio por mandar morir a su hijo. Todo eso si lo encuentran claro, porque me dijeron que hace ya un tiempo que vive obsesionado con una escultura de barrio que empezó a moldear a partir de una de sus costillas.
¿Y yo soy el que está loco? Él nos hizo a su imagen y semejanza, el muy fanfarrón.