sábado, marzo 19, 2005

LOS NINGUNOS Y LOS NINGUNEADOS

La naturaleza no es sabia, de eso ya no tengo dudas. Y voy a discutirlo a muerte con todo aquel que piense lo contrario. Porque si es sabia, entonces está cobrando cada vez más caros sus intereses, porque de otra manera no tiene explicación.
Hace más de un mes que leo en todos los diarios y escucho en las radios cada vez más atrocidades sobre el desastre natural que azotó a casi una decena de paises de Asia y Africa. Y los números y las palabras ya resultan escasos. Los índices más baratos miden nuestras muertes como si estuvieran midiendo la cantidad de lluvia que cae en un año en el desierto del nunca jamás. Uno, dos, tres, y asi hasta un millón. Esto es la naturaleza. La Madretierra. Es todo aquello que esperamos con ansia de vez en cuando, para que se ocupe de esconder ciertas cosas desde ahora y para siempre.
Trescientos mil, cuatrocientos mil, en que se diferencian, si a nadie parece importarle. Lo cierto es que el tsunami asiático es la tercer catástrofe en orden de muertos de la historia de la humanidad. Eso hasta ahora y sin contar los miles que morirán en los próximos meses por enfermedades y pestes y los millones que lo han perdido todo. Y aunque, no se si por horror o por pereza, no me he ocupado de buscar las otras dos, estoy seguro que han arrasado y destrozado a lugares igual de pobres y desolados. Pero no podemos siquiera pronunciar palabra, porque la naturaleza es sabia.
¿Quienes son los que pronunciaron tal estupidez? Nosotros que nos encontramos a miles de kilómetros ya perdimos la cuenta, los que festejan seguir respirando solo recuerdan una ola de diez o veinte metros porque no se atreven a hacer estadísticas sobre su costo de vida, los que descanzan en salas bunkerizadas ni siquiera se enteraron que el mar paradisíaco de Tailandia devuelve cuerpos sin vida como si fueran algas sobre las arenas de color púrpura.
Todos preferimos no ver hasta que nos tapan los ojos de cadáveres. Elegimos no hablar hasta que nos llenan la boca de sangre y dolor. Y después empezamos a justificar nuestras miserias, las que nos hacen cada vez más no humanos, la inocencia que esta vez nos robó el agua, y que otra vez hace muchos años fue el fuego o la tierra misma. Pero así son las catástrofes, las naturales, las que menos lastiman.
Las catastrofes humanas son peores. Aunque sus denominaciones no difieren mucho. Algunas de ellas se llaman Bush o Aznar, otras Videla o Hitler, y ya han duplicado las cifras propias del infinito. Y son peores porque hay gente que las festeja. Son peores porque nadie las recuerda. Y los que las anidamos en la memoria, preferimos creer a veces que a toda esa gente que falta la arrastro el agua, o se fueron de viaje muy lejos.
Tal vez he encarado mal la introducción de esta historia. La naturaleza es más sabia de lo que muchos pensamos. Porque es el pretexto más fácil para justificar de vez en cuando el deceso de miles o millones de personas. y por otro lado es el salvataje de esa gente destinada a morir por las bombas que los paises hiperindustrializados y primermunditas prueban en los territorios ninguneados, es la forma más práctica de escaparle a las dictaduras y a los tiranos, es la manera más humana de creer que vamos por el buen camino.
Pero mientras existamos las personas nadie necesitará justificar las masacres. Nosotros estamos hechos para olvidar muy facilmente. Y tiempo de por medio, la naturaleza nos llevará a unos cuantos a pasear por ahi, para evitarnos los Vietnam`s y las guerras por petróleo, para salvarnos de la locura y el fanatismo desmedido, para convertirnos en parte de la creación que le dio ojos y boca y manos a un ser que no es capaz de ver mucho menos de hablar y que resulta imposible que haga algo si no es para justificar lo injustificable.